5 de noviembre de 2014

Trebor.

Bueno chicos, aquí os dejo un relato que he escrito sobre una historia que quiero hacer cuando acabe lamentos de invierno. ¡Gracias por leer!

"Recuerdo, sobre todo, su sonrisa. Trebor McCandlees no era el típico chico que solía hacerlo todo el tiempo; sus muecas de felicidad eran cortas, pero apasionadas. Cuando lo hacía era de verdad, y eso me llenaba el alma.
Siempre era así: levantaba un poco la cara hacia arriba, como si quisiera que todo el mundo pudiese contemplarla, y exponía los dientes en una sonrisa resplandeciente y luminosa.
Mi padre, siempre que lo veía hacerlo, meneaba la cabeza, murmuraba que ese niño era un pequeño sol y se escondía en su despacho para seguir firmando papeles. Como director de empresa, él debía permanecer serio en todo momento; pero a nosotros no se nos escapaba la chispa de felicidad que emanaba en la sonrisa pequeña que nos dedicaba.
Trebor había llenado nuestra casa de vida, alegría y color. Fue muy irónico que ocurriera eso cuando acabó viviendo en mi casa porque en la suya toda vida se apagó.
Sus padres, los mejores amigos de mi padre, murieron en un accidente de tráfico cuando él tenía diez años. Yo no recuerdo mucho de esos días, pues en ese entonces tenía solo cuatro años, pero siempre que pienso acerca de ello me viene una imagen de Trebor, con los ojos cubiertos de lágrimas, abrazado a la pierna de mi padre mientras yo los contemplaba desde las escaleras.
A partir de ese día él fue una presencia constante en mi familia. Como sus padres no tenían ningún familiar vivo, los míos decidieron adoptarlo. Era un favor que le hacían a Louisa y Fred, decían.
Por ese motivo, los dos crecimos en la misma casa por unos diez años. Al principio nos llevábamos fatal, porque yo creía que él había venido a casa para arrebatarme a mi familia; pero, conforme pasaron los meses, fui necesitando su presencia para pasar tardes agradables de juegos, inocentadas y charlas.
El día que cumplí catorce, mis padres me dieron una noticia inesperada; Trebor se marcharía a un internado para comenzar su carrera de empresario, y trabajar para mi padre. Eso supuso un golpe para mí.
No solo había perdido a mi mejor amigo, sino que él había escogido un camino que yo sabía que no le gustaba.
Él amaba la fotografía, pero la dejó atrás.
La vida puede arrebatarnos hasta los más pequeños sueños, y convertirnos en papeles en blanco que ya no saben dónde pertenecen.
Así, sin él, pasaron tres años más. Poco a poco, fui perdiendo la personalidad extrovertida que había adquirido, así como mis ganas de hablar o mi alegría infinita; todo, de repente, se apagó.
Tom, mi padre, comenzó a hablarme de la empresa, y preparó los papeles para que, dentro de dos años, siguiera el camino de mi "hermano". Él me consideraba la heredera de la empresa, así que mi destino estaba más marcado que el de Trebor. Eso, sin embargo, no me molestaba: llevaba años sabiéndolo.
Mi madre empezó a ser más exigente en cuanto a mis notas y comportamiento. Si antes en el instituto tenía alas, ahora ya no era así. Mis amigas, sintiéndose incómodas por su tutela, se alejaron de mí.
Eso siguió por tres años.
Ahora, justo cuando voy a empezar mi último año en la escuela secundaria, dicen que tienen noticias nuevas para mí. Algo que me cambiará. Que marcará el resto del curso.
La verdad es que no me importa; solo quiero, si es posible, que el año pase rápido.
Me encuentro ante la puerta del despacho de mi padre. Estoy sentada en las butacas de cuero, completamente rígida. Mi mano derecha, enmarcada por una pulsera de plata que tintinea levemente, estira la tela de la falda de mi uniforme color celeste.
Clavo la vista en mi padre cuando abre el gran portón de madera.
-Cariño -murmura, con voz seria. Él nunca levanta la voz-. Pasa.
Me levanto, sintiendo que me encuentro fuera de mi cuerpo; mis gestos, de alguna manera, se perciben extraños. El miedo atenaza mi estómago. ¿Qué quiere decirme? ¿Van a poner más reglas? ¿Nuevas limitaciones?
Aliso, con gesto nervioso, mi pelo negro y ondulado. Lo noto caer hasta la mitad de la espalda cuando lo echo hacia atrás.
-Hemos estado meses preparando esto tu madre y yo, así que espero que estés agradecida -dice, sentándose en la silla que corona su mesa-. No solo es bueno para ti, sino para la familia al completo. Ya sabes que tu madre quería reforzar la vigilancia que tenemos sobre ti, por todos esos actos rebeldes que has cometido últimamente (no me repliques, ya sabemos qué has hecho), y yo estaba interesado en traer a cierta persona a mis círculos más cercanos, así que esta opción ha resultado beneficiosa para ambos.
Parpadeo, sorprendida. ¿Actos rebeldes? No sé a quése refiere; a parte de llegar tarde a casa y escaquearme algunas tardes de las clases, no he hecho nada más.
Alguien toca la puerta. Los músculos de mi espalda se tensan, sin saber qué esperar.
-Vamos a ponerte un escolta -suelta mi padre sin más, acercándose a la puerta-. Una persona que te llevará y traerá al colegio, y que permanecerá contigo durante el mayor tiempo posible. No te preocupes; para ti, no te resultará extraño.
Abro la boca para hablar, pero, justo en ese momento, él abre el portón de madera y toda palabra escapa de entre mis labios.
Un chico alto, delgado, con pelo alborotado y negro y ojos verdes cruza la entrada. Está vestido con traje y corbata oscura y porta zapatos elegantes, de piel. Lleva una chaqueta en los brazos, y un paquete de folios entre las manos. El cabello, que es un poco largo, casi le recubre las gafas que porta sobre los ojos.
Se me detiene el corazón. Casi oigo decir a mi madre que me estoy comportando como una simple mujer de la calle, sin mostrar el saludo correspondiente.
Eso no me importa. Ahora mismo, no puedo hablar.
El chico sonríe, mostrando unos dientes blancos y rectos. Su expresión, llena de luz, se repite mil veces en mi mente.
Mi padre le da un abrazo.
-Bienvenido, hijo. Ya te echábamos de menos aquí.
Trebor le responde al gesto, sin dejar de quitar sus ojos de mí. Su mirada es condescendiente, feliz, llena de añoranza.
-Gracias, Tom. Os echaba muchísimo de menos a todos.
Cuando se separan, noto que las piernas pierden parte de su fuerza. Ahora mismo, no sé qué pensar.
-Hola otra vez, Lianne -me saluda, y se acerca a mí-. Volvemos a estar juntos.
Clavo la vista en mi padre.
-¿Papá...?
-Él se va a encargar de ti a partir de ahora, sí. Era la única forma de poderlo traer de la facultad, hija. Espero que seas capaz de valorar eso.
Me rodea con los brazos. Al instante, un perfume cítrico y un poco potente llega a mi nariz. El tacto de su traje es suave, fino, elegante. Es más alto que hace tres años, y está más fuerte. Casi no puedo reconocer a mi mejor amigo en esa persona que ahora me hace cosquillas en la oreja con su respiración.
Ha vuelto, por fin, después de tanto tiempo...
Pero para ser mi escolta".

Image and video hosting by TinyPic
Plantilla "White Wolf" © creada por Agustina Fuente, de Batalla de los Reinos. 2014. Con la tecnología de Blogger.