5 de febrero de 2014

Sangre de cazador

Lo observo desde la distancia. Mi corazón late tan fuerte y tan rápido que no logro escuchar nada más.
Tras de mí, el resto de la manada corre por su vida. A pesar de que no pueda oírlos, siento cómo se van alejando.
Pero yo no puedo moverme. No hasta verlo.
La luz de la madrugada tiñe el bosque de rojos, amarillos y naranjas. Los árboles parecen estar bañados en sangre. En cuanto el sol asome del todo lo estarán de verdad.
Alzo las orejas. Espero. La bruma del amanecer acaricia mi pelaje y se interna en mis pulmones llenos de tierra. Exhalo. Espero mientras mi aliento desaparece con el viento.
Entonces, le veo. Aparece de entre los árboles como un fantasma, siniestro y oscuro. La luz dibuja su silueta, que es negra como una noche sin luna.
Mi corazón sigue retumbando. Tiemblo. Tengo miedo.
Sus ojos verdes brillan con un tono salvaje.
No es él mismo. No es al Ian que yo conocía. Ahora él es un cazador, un depredador. Caza lobos, y yo soy una loba.
Yo soy su presa.
Va comiendo el terreno zancada a zancada, sigiloso, pero sin esconderse. Sabe que él no debe tener miedo.
Quiere matarme.
Los rayos del sol hacen relucir el arma que porta en las manos. Es un objeto que huele a muerte y a miedo.
Cargará contra nosotros.
No puedo moverme.
Oigo la voz de un Ian diferente, del que logró llegar a mi corazón. Recuerdo los momentos que pasamos juntos.
Quiere mi sangre.
Lo he perdido.
Ahora apenas nos separan cuatro metros de distancia.
Alza la mirada y sus ojos me encuentran a mí. Una luz grotesca cruza su pupila y sé que está sintiendo el ansia de la caza. Levanta el arma. Una leve brisa juguetea con los mechones de su pelo, que es de color rojizo como el pelaje de un zorro.
Mi pelaje castaño claro se estremece de nuevo. Agacho la cabeza sin dejar de mirarle.
Su piel tiembla, pero no de miedo; es por la emoción.
Prepara el arma y quita el seguro. El <> resuena en mi cabeza mucho tiempo después de que haya finalizado.
Respiro agitadamente. Suelto un gemido.
Podría correr. Podría salvarme.

No quiero hacerlo.

Observo sus ojos. Aprieta el gatillo. Cierro los míos.

A veces, es mejor no escapar. Cuando alguien a quien quieres está perdido o perdida, puedes perderte con él o con ella para ayudarle a seguir el camino correcto. Sacrificarte.

***

Cuando la loba cayó, Ian sintió que le arrebataban un pedazo de su alma. Sin saber porqué, rompió a llorar, y se dejó caer de rodillas al lado del cuerpo de la loba. El viento jugueteaba con el pelaje del animal, excepto en la zona donde se había producido el disparo. La sangre cubría toda esa parte y los pelos del pelaje no se movían, sin inmutarse ante la suave brisa.
Había acertado en el lomo, justo en la zona anterior, en el corazón. Una muerte rápida.
La luz del sol hacía brillar la sangre de un modo tan grotesco y antinatural que a Ian le entraron ganas de vomitar. Contemplando el cuerpo de la loba, fue invadido por una tristeza inmensa.
-No debería haberlo hecho...-susurró, enterrando la mano en el suave cuello del animal-. Yo...yo no quería, de verdad...
Las lágrimas recorrieron sus mejillas, y le llegaron al alma de un modo tan profundo que sintió desasosiego.
Lejos, en la distancia, oyó un aullido. Se extendió quedo entre la maleza para extinguirse poco después. Sintió que una parte de él lloraba con el compañero de la loba caída.
Al rato, otro lobo cantó, y otro más. En poco tiempo el bosque quedó invadido por los lamentos de la manada.
Ian se estremeció, porque notaba el pesar y la tristeza que reflejaban las canciones de los lobos.
-He arrebatado tu vida -dijo secándose las lágrimas-. Y a cambio sacrificaré la mía.
Dicho esto, alzó la cabeza y aulló como los lobos estaban haciendo.
Algunos callaron, pero otros continuaron despidiéndose de su compañera. No tardaron en aparecer entre los árboles, rodeando a Ian y a la loba muerta.
El chico no temía a los lobos. Había hecho un pacto e iba a cumplirlo.
Con un gemido se quitó la ropa y la dejó junto a la loba.
-Lo siento, pequeña -susurró, y corrió hacia la manada.
Antes de llegar hacia ellos ya se había convertido en un lobo de color rojizo que brincaba de felicidad. Algo de los ojos de Ian cambió para siempre, y también su corazón.
Cumpliría el trato: daría su vida viviendo como un lobo por haberle arrebatado la suya a la loba. Así lo dijo, y así se cumpliría.
Cerca de allí, en un árbol, un águila emprendió el vuelo. Era de color castaño claro y su vuelo entonaba una canción.
Se alejó volando entre las nubes, y cuando ascendió hacia el sol, se convirtió en luz.

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