5 de febrero de 2014

Flame

-Entonces no crees que soy un monstruo -susurro. Estoy tumbada de espaldas en el suelo, y observo el cielo azul mientras espero la respuesta de Ian. La hierba de color dorado como el sol se sacude ligeramente a causa de la brisa, y me acarician los brazos desnudos. Veo que se me ha enganchado una brizna de hierba en el vestido blanco que llevo.
Oigo la voz de Ian lejos, y a la vez cerca de mí.
-¿Por qué tengo que creerlo? No lo eres, solamente eres una chica que tiene una enfermedad poco común.
Una nube tímida y fina aparece en mi campo de visión. Tiene forma de flor y se deforma conforme avanza por el cielo. El viento me llena la nariz de aromas: tierra seca, polvo, hierba, el olor de Ian. Todos los olores influyen de algún modo sobre mí, y me hacen estremecer de placer. Aunque debo decir que unos afectan más que otros.
-A pesar de todo me gusta ser quien soy. No pienses mal de mí, odio algunas cosas de mí misma pero...amo ser quien soy.
Una ramita cruje cuando Ian se incorpora y me mira. Desde abajo parece un gigante. El viento ha alborotado su pelo castaño y sus ojos brillan un poco. Me observa un rato y luego vuelve a tumbarse. Suspiro e intento calmar a mi corazón.
-Nunca he pensado mal de ti. A mí también me gusta lo que eres...pero...todo sería distinto si...
Noto que traga saliva, y sé que le afecta decir el final de la frase, así que le ayudo.
-Si no tuviera tan poco tiempo -concluyo.
Lo oigo suspirar a través de nuestra barrera de hierba seca.
-Sí.
-Sabes que no puedo hacer nada para...si yo pudiera...
Su voz suena ronca cuando vuelve a hablar.
-Para, por favor. No quiero hablar de eso ahora.
-Vale.
Nos quedamos callados observando el cielo. Un águila real ha aparecido de la nada y ahora vuela sobre nuestras cabezas trazando débiles círculos. Alzo la mano hacia el cielo como si lo pudiera tocar, y cierro los ojos imaginando lo que se siente al estar ahí arriba, volando.
Es una sensación que conozco muy bien.
Ian y yo suspiramos al mismo tiempo, y a través de las ramas puedo verle la cara. Me mira. Sus ojos tienen un tono caramelo que me desconcierta.
Necesito pensar en otra cosa que no sea mi muerte próxima, necesito pensar en otra cosa, fin.
Respiro hondo e intento ahondar en mis recuerdos, buscando algún momento gracioso que nos haga reír.
No encuentro nada. Seguimos en silencio. Al final digo lo primero que se me pasa por la cabeza.
No puedo soportar más este silencio.

-¿Sabes? Una vez renací en una mosca. Fue raro, horrible y asqueroso.
-¿Raro por qué? ¿Por ser una mosca? -la voz de Ian sigue siendo ronca.
Sonrío un poco, pero de tristeza.
-No, por el poco tiempo que tuve. Nací, pasó un día y morí. Ni siquiera...ni siquiera mi reloj interior me mantuvo más tiempo. Ya sabes que sólo puedo vivir diecisiete años...
-Sí -su voz está más ronca todavía.
-Las moscas duran un día. No me dio tiempo a sentir nada. No me dio tiempo para nada. Fue una de las experiencias más duras de mi existencia. Y no lo pasé mal por mí, sino por que las demás moscas. Yo sabía que iba a morir al día siguiente, pero el resto no. Seguro que pensarás: oh, no pasa nada, sólo eran moscas...pero estaban vivas. Yo sentía su alegría al vivir, y luego... -me tapo la cara con las manos.
Oigo a Ian respirar a mi lado, y me estremezco.
-¿Te imaginas lo que tiene que ser vivir sin saber que al día siguiente morirás? ¿Sin saber que tienes un día de vida?
-La verdad es que no, pero tiene que ser horrible.
Nos quedamos de nuevo en silencio. El águila ha desaparecido y ahora sólo hay nubes en el cielo. A mi derecha veo la hierba meciéndose por el viento.
-¿Tú...que harías si tuvieras sólo un día de vida? -me pregunta Ian suavemente, teniendo cuidado en decir cada palabra.
Pienso detenidamente en la respuesta mientras noto la brisa en la cara. Una rama me acaricia la mejilla y un mechón de mi pelo rojizo se me pega a los labios. Me lo quito con los dedos y lo dejo caer.
-Iría a Francia y aprendería a tocar la guitarra. Me pasaría todo el día escribiendo canciones, trabajando sin descanso para que, cuando muriese, quedase algo de mí en el mundo. Sí, con eso sería feliz. ¿Y tú?
Ian se queda en silencio tanto rato que pienso que se ha dormido, pero no es así, porque se incorpora y alza la mirada hacia el cielo. Desde mi posición puedo verle de perfil. No es un chico increíblemente atractivo, ni tampoco tiene músculos, ni nada de eso, pero es por ese motivo que me gusta tanto. Hay algo triste y bello en su expresión que me fascina, y sus ojos me susurran el inicio de una canción. Además, es la persona más valiente y dulce que he conocido.
A veces me pregunto por qué se fijó en mí. Lo hago a todas horas.
¿Por qué se enamoró de la chica que nunca podría tener? Le he amargado la vida, y eso me mata, pero sé que es algo que está fuera de mi alcance. Si pudiera cambiar las cosas, lo haría, de verdad.
-Te llevaría allí. Aunque me costase todo mi dinero, aunque tuviéramos que ir a pie, pero te llevaría.
Abro los ojos.
-¿En serio?
Se inclina hacia mí y me observa. Ahora le veo de frente, y es mucho más guapo así.
-Claro. Te llevaría a cualquier parte, y estaría a tu lado escuchando tus canciones. Sería feliz sólo con eso. Y al final del día te entregaría el cd con todas tus obras, porque aunque tu no lo supieras yo estaría grabándote. No necesitaría dejar nada en el mundo porque mi mundo se marcharía conmigo al día siguiente.
Me quedo callada un segundo, un rato que se me hace eterno y dónde el único sonido que percibo es el de mi corazón. Después cojo a Ian del cuello de la camisa y le beso para que no vea mis lágrimas. Los dos nos sumergimos en el otro, nos abrazamos y suspiramos mientras el fuego nace en nuestro interior. Ian me acaricia la espalda, el pelo, la mejilla mientras me besa una vez, dos veces, besos rápidos y suaves, y luego le cojo del cuello y nuestro beso se vuelve más urgente, más desesperado, más hambriento.
Nos tumbamos en la hierba de color amarillo mientras seguimos besándonos y pienso que no puedo quedarme sin esto. No puedo quedarme sin él.
No puedo pensar que me quedan tres días de vida.
Me ahogo.

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